Andate... no vengas con tus súplicas a recordar las horas de aquel idilio trágico. Que sólo has de encontrar aquí las ruinas de un amor que fue la dicha más feliz que yo por vos acaricié. No vuelvas. Tus ruegos y tus lágrimas no han de borrar de mi alma tu acción que ha sido pérfida. Te puedo perdonar el mal que halle de tu traición en vos, pero no olvidarás, mujer, que he muerto para vos. ¿A qué has venido? ¿No ves que estoy enfermo de tanto haber sufrido por culpa de tu amor? ¿No ves se va mi pena? Ya todo ha terminado. No hay nada entre nosotros... ¡Andate, por favor!