No sé parar al viento de mis hélices, los huracanes de mis vértices. No hacemos más que transitar.
Mejor será que empiece yo y me acerque más, al punto casi de rozar la risa de la oscuridad.
Pero ríndete, como se rindió el sillón, como se entregó el rubor del mejor atardecer.
Ríndete, que no te queda más remedio que entregarte amor, ríndete, que en tu alegría yo me hago fuerte, ríndete... entrégame tus armas sin condición, que no hago prisioneros en mi corazón. Dios mío, dime qué es lo que yo puedo hacer para decirle adiós.