En un cortijo de Córdoba, entre jarales y adelfas, vivía un talabartero con una talabartera. (Expectación.) Ella era mujer arisca, él hombre de gran paciencia, ella giraba en los veinte y él pasaba de cincuenta. ¡Santo Dios, cómo reñían! Miren ustedes la fiera, burlando al débil marido con los ojos y la lengua.
Cabellos de emperadora tiene la talabartera, y una carne como el agua cristalina de Lucena. Cuando movía las faldas en tiempos de primavera olía toda su ropa a limón y a yerbabuena. ¡Ay, qué limón, limón de la limonera! ¡Qué apetitosa talabartera! (Los Vecinos ríen.) Ved cómo la cortejaban mocitos de gran presencia en caballos relucientes llenos de borlas de seda. Gente cabal y garbosa que pasaba por la puerta haciendo brillar adrede las onzas de sus cadenas. La conversación a todos daba la talabartera, y ellos caracoleaban sus jacas sobre las piedras. Miradla hablando con uno bien peinada y bien compuesta, mientras el pobre marido clava en el cuero la lezna.
Esposo viejo y decente casado con joven tierna, qué tunante caballista roba tu amor en la puerta.
Un lunes por la mañana a eso de las once y media, cuando el sol deja sin sombra los juncos y madreselvas, cuando alegremente bailan brisa y tomillo en la sierra y van cayendo las verdes hojas de las madroñeras, regaba sus alhelíes la arisca talabartera. Llegó su amigo trotando una jaca cordobesa y le dijo entre suspiros: Niña, si tú lo quisieras, cenaríamos mañana los dos solos, en tu mesa. ¿Y qué harás de mi marido? Tu marido no se entera. ¿Qué piensas hacer? Matarlo. Es ágil. Quizá no puedas. ¿Tienes revólver? ¡Mejor!, ¡tengo navaja barbera! ¿Corta mucho? Más que el frío. (La Zapatera se tapa los ojos y aprieta al Niño. Todos los Vecinos tienen una expectación máxima que se notará en sus expresiones.) Y no time ni una mella. ¿No has mentido? Le daré diez puñaladas certeras en esta disposición, que me parece estupenda: cuatro en la región lumbar, una en la tetilla izquierda, otra en semejante sitio y dos en cada cadera. ¿Lo matarás en seguida? Esta noche cuando vuelva con el cuero y con las crines por la curva de la acequia.