Gime, bandoneón, grave y rezongón en la nocturna verbena. En mi corazón tu gangoso son hace más honda mi pena. Con tu viruta sentimental vas enredando mi viejo mal, un viejo mal que me ha dejado enamorado, arrinconado, y olvidado para siempre. Sin una sola caricia que mi tristeza mitigue su risa mala me persigue y me persigue, mientras sigue tu responso, ¡bandoneón!
A quién le puede importar ¡che bandoneón! que he sido bueno. A quién le puede importar el novelón del mal ajeno. Si a ella que fue mi querer no le importó mi abatimiento. A quién le puede importar ¡che bandoneón! mi sufrimiento.
Suena menos gris tango, para mí. Sé que jamás la encontraré. Te saldré a bailar para disfrazar el drama que llevo adentro. En otros brazos me engañaré, en otras bocas me aturdiré aunque sus ojos y su risa me persigan y me sigan y me digan que la quiero. Iré a borrar el fantasma de aquel amor siempre atento, así termina este lamento y el tormento de este cruento sufrimiento... ¡Bandoneón