Ahora que es la hora y que un rumor de yerba Mora trasnocha en tu silencio, por un poro de este asfalto yo habré de conjurar tu voz... Ahora que es la hora.
Ahora que ya has muerto para siempre y van de asalto, por vos, mis brujas rubias a tanguear misas calientes al alba, con sus lerdas putañías de contraltos;
Ahora que tu amor se fue a baraja y, zurdamente, con una extraña arcada canallesca en cada ojera, te ardió una cruz de vino en la tiniebla de la frente;
Ahora que en la sórdida tensión filibustera de un clave bien trampeado tocan tangos con tus huesos las manos desveladas de un caín y una trotera.
Ahora que el rencor, con rabia y pólvora de un peso gatilla, en su plegado bandoneón, la hechicería de un golpe en Ay Menor para el costado de tus besos;
Ahora que ya estas de nunca más, Niña María, yo mezclaré un puñado de esa voz bandoneonera, que aún quema en tu garganta, con un poco de la mía, con borra de recuerdos, fiato negro y carraspera tordilla de un bordón. Así, del íntimo extramuro porteño de tu adiós, atravesando las fronteras sencillas de la muerte, he de traer tu canto oscuro.
Tendrá la edad de Dios y dos antiguas mataduras: Un odio a diestra; y, a zurda, una ternura. Y al duro y dulce son fantasma de sus ecos, las futuras Marías, repechando Santa Fe rumbo a otra aurora, se apuraran temblando sin saber por qué se apuran....
Ahora que es la hora. Humo zaino y yerba Mora... Penacho de relente, ya tu voz -maríamente- vendrá con tu memoria, aquí pequeña y una, ahora.