Quiero bajar al pozo, quiero subir los muros de Granada, para mirar el corazón pasado por el punzón oscuro de las aguas.
El niño herido gemía con una corona de escarcha. Estanques, aljibes y fuentes levantaban al aire sus espadas. ¡Ay, qué furia de amor, qué hiriente filo, qué nocturno rumor, qué muerte blanca! ¡Qué desiertos de luz iban hundiendo los arenales de la madrugada! El niño estaba solo con la ciudad dormida en la garganta. Un surtidor que viene de los sueños lo defiende del hambre de las algas. El niño y su agonía, frente a frente, eran dos verdes lluvias enlazadas. El niño se tendía por la tierra y su agonía se curvaba.
Quiero bajar al pozo, quiero morir mi muerte a bocanadas, quiero llenar mi corazón de musgo, para ver al herido por el agua.