Al paso tardo de un pobre viejo puebla de notas el arrabal, con un concierto de vidrios rotos, el organito crepuscular. Dándole vueltas a la manija un hombre rengo marcha detrás mientras la dura pata de palo marca del tango el compás.
En las notas de esa musiquita hay no sé qué de vaga sensación que el barrio parece impregnarse todo de emoción. Y es porque son tantos los recuerdos que a su paso despertando va que llena las almas con un gran deseo de llorar.
Y al triste son de esa su canción sigue el organito lerdo como sembrando a su paso más pesar en el recuerdo, más calor en el ocaso. Y allá se va de su tango al son como buscando la noche que apagará su canción.
Cuentan las viejas que todo saben y que el pianito junta a charlar que aquel viejito tuvo una hija que era la gloria del arrabal. Cuentan que el rengo era su novio y que en el corte no tavo igual... Supo con ella, y en las milongas, con aquel tango reinar.
Pero vino un día un forastero, bailarín, buen mozo y peleador que en una milonga compañera y pierna le quitó. Desde entonces es que padre y novio van buscando por el arrabal la ingrata muchacha al compás de aquel tango fatal.