Veinte años y entre palmeras, los cuerpos como banderas. Noche, guateque y danzón, la orquesta tocaba un son de selva ardiente y caprina, la luna un gran frenesí. Ponme la mano aquí, Macorina, ponme la mano aquí.
Como guitarra en tensión tú ibas temblando, temblando. Yo iba pulsando, pulsando, un bordón y otro bordón. Ponme la mano aquí, Macorina, ponme la mano aquí.
Después, el amanecer que de mis brazos te lleva, y yo sin saber qué hacer de aquel olor a mujer, a mango y a caña nueva con que me llenaste al son caliente de aquel danzón.