Por las calles más chicas de la vida y por sus avenidas principales, entrando en la mañana en la oficina o colgando en los buses estatales.
Vendiendo bagatelas en la plaza para embaucar a míseros mortales, siempre veo tu cara, siempre pasas, Juan González ... Cuánto vales, Juan González, cuánto vales, Juan González, vales más que los ministros y los gordos industriales, vales más que los obispos y aún más que los cardenales, Juan González ... ¡Y no entiendes lo que vales!
Y siempre estás gritando en el estadio por la eterna cuestión de los penales; o con los miembros de tu sindicato charlando sobre asuntos laborales. O mirando risueño a la mujer cuando le cambia al niño los pañales o buscando una pieza de alquiler para las crudas noches invernales.
Cuánto vales, Juan González, cuánto vales, Juan González, vales más que los juristas que hablan en los tribunales, y que los alcaldes (dueños de fueros municipales), Juan González ... ¡Y no entiendes lo que vales! Sin discursos ni huecas oratorias, me convencen tu rostro y tus modales de que la vida es digna de vivirse porque todos los hombres son iguales.
Eres un gran filósofo, mi amigo, ya que tú no deseas pedestales ni dormir en las páginas de un libro ni glorias ni prestigios terrenales.
Cuánto vales, Juan González, cuánto vales, Juan González, vales más que esos señores que inauguran hospitales, vales más que presidentes y reyes y generales, Juan González ... ¡Y no entiendes lo que vales!