Estas violetas que ayer me diste cariñosa, con tanto fervor, las guardo como emblema de un querer, que vieron ya mis ojos fenecer entre la espeso bruma de un hondo dolor... Ellas, tal vez, me dirán en su lenguaje mudo con fría expresión: que en vano espero que ha de regresar el ave del amor que supo dar un mundo de gorjeos mi corazón...
Y en esta lucha del mal con la copa de mi juventud, bebo el vino mortal de la fuente de tu ingratitud... Pues, el destino fatal ha extinguido mi flor de virtud; y juntita a las violetas que me diste un día, la melancolía de mi desencanto, me castiga tanto ¡que no puedo más!...
Triste mi alma quedó, marchita y sin consuelo siguiendo el azar... Igual que las violetas se agostó y todo su perfume ya perdió para nunca en la vida volverlo a encontrar. Piensa que siempre yo fui yu alegre cancionero más espiritual, que cuando mis cantares te ofrecí mil veces con ardiente frenesí ¡me juraron tus labios cariño inmortal!