Volver a los diecisiete después de vivir un siglo es como descifrar signos sin ser sabio competente. Volver a ser de repente tan frágil como un segundo, volver a sentir profundo como un niño frente a Dios, eso es lo que siento yo en este instante fecundo.
Se va enredando, enredando, como en el muro la hiedra, y va brotando, brotando, como el musguito en la piedra, ay, sí sí sí.
Mi paso retrocedido, cuando el de ustedes avanza; el arco de las alianzas ha penetrado en mi nido con todo su colorido, se ha paseado por mis venas y hasta las duras cadenas con que nos ata el destino es como un diamante fino que alumbra mi alma serena.
Lo que puede el sentimiento no lo ha podido el saber, ni el más claro proceder ni el más ancho pensamiento. Todo lo cambia el momento cual mago condescendiente, nos aleja dulcemente de rencores y violencia: solo el amor con su ciencia nos vuelve tan inocentes.
El amor es torbellino de pureza original; hasta el feroz animal susurra su dulce trino, detiene a los peregrinos, libera a los prisioneros; el amor con sus esmeros al viejo lo vuelve niño y al malo solo el cariño lo vuelve puro y sincero.
De par en par la ventana se abrió como por encanto, entró el amor con su manto como una tibia mañana; al son de su bella diana hizo brotar el jazmín, volando cual serafín, al cielo le puso aretes y mis años en diecisiete los convirtió el querubín.