Viene el coronel Buendía,
con el hielo entre las manos,
y cantando su alegría
baten el cobre
dos mil gitanos.
Una muchacha encendida
danza bajo el sol de fuego
y bebiendo su aguardiente
la mira un muchacho ciego.
La polvorienta higuera que está
de pie en el centro del huerto mudo
abriga la siesta encadenada
de un feudal caballero desnudo.
Ay, una niña envuelta en su tul
vuela en silencio desde su lecho
para alimentar con su vuelo azul
doce luceros con sus pechos.
Se va el coronel Buendía,
con las manos sobre el hielo,
y a su paso va dejando
caer los años del desconsuelo.
Estos años que han pesado
como siglos de verdad
y que la gente ha llamado
“Cien años de soledad”.
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