Te odio. Odio las canciones de amor que traen tu recuerdo a mi casa. Las ganas de verte. Y odio el cielo en tu rostro y las dudas de echarte al olvido o llamarte para contarte, qué sé yo, que sigo existiendo, que te odio por fin, que no sé si el mundo resiste sin ti. Tanto, tanto, tanto, tanto te odio.
Te odio. Odio la mañana, el café sin planes, sin ti y en ayunas perdura tu aroma y lo odio. Envuelto en papel de colores te envío bengalas, rencores. Quizá recuerdes así que te odio. También tu sonrisa y la brisa arañando tu piel, y mi corazón ya de paso. Tanto, tanto, tanto, tanto lo odio.
Este viejo odio que hiela los jazmines, ama tu figura aborrecible. Y así, si te marchas, quedan los rencores para recordarme las razones de por qué me eres imprescindible, de por qué te extraño aunque me olvides.
Te odio. Odio tu belleza y a mí me odio al saberme tan lejos del viejo camino andado rastreando hadas y cometas, la estrella prendida en tu pelo. Maldito lucero. Lo odio. Odio odiarte tanto, saber que te encuentras perdida y la vida me impide encontrarte. Tanto, tanto, tanto, tanto te odio.
Yo odio perseguir tu rastro, cansado en este laberinto. Cual hilo de Ariadna tus huellas me llevan hasta el dulce tiempo de besos, promesas. Lo odio. Soy tan feliz a tu lado que odio que ya no estés cerca y empieza a cansarme este odio. Quizá si tuviera tus manos Pero te odio tanto, tanto, tanto, tanto.
Este viejo odio que hiela los jazmines, ama tu figura aborrecible. Y así, si te marchas, quedan los rencores para recordarme las razones de por qué me eres imprescindible, de por qué te extraño aunque me olvides.