Penélope, con su bolso de piel marrón y sus zapatos de tacón y su vestido de domingo. Penélope se sienta en un banco en el andén y espera que llegue el primer tren meneando el abanico.
Dicen en el pueblo que un caminante paró su reloj una tarde de primavera. «Adiós amor mío no me llores, volveré antes que de los sauces caigan las hojas. Piensa en mí volveré a por ti...»
Pobre infeliz se paró tu reloj infantil una tarde plomiza de abril cuando se fue tu amante. Se marchitó en tu huerto hasta la última flor. No hay un sauce en la calle Mayor para Penélope.
Penélope, tristes a fuerza de esperar, sus ojos, parecen brillar si un tren silba a lo lejos. Penélope uno tras otro los ve pasar, mira sus caras, les oye hablar, para ella son muñecos.
Dicen en el pueblo que el caminante volvió. La encontró en su banco de pino verde. La llamó: «Penélope mi amante fiel, mi paz, deja ya de tejer sueños en tu mente, mírame, soy tu amor, regresé».
Le sonrió con los ojos llenitos de ayer, no era así su cara ni su piel. «Tú no eres quien yo espero». Y se quedó con el bolso de piel marrón y sus zapatitos de tacón sentada en la estación