Cuando no queda nada ya mejor que la lluvia y entrar en cualquier bar y pedir un Martini y volver a largarse sin haberlo pagado y odiar a las parejas que salen de los cines.
Las siete de la tarde, quisiera estar borracho, hace ya dos semanas que Lucía no me escribe, no para de llover, camarero otra copa con alcohol se hace menos monótona la mili.
El capitán nos habla del amor a la patria, el sargento del orden y de la disciplina los soldados dormitan, cuentan los días que faltan o se llenan la panza de vino en la cantina.
Sus madres les envían paquetes con chorizo, salchichones, embutidos... Sus novias largas cartas, corazones pintados, dibujados, dibujados... La ciudad cuando salen les es hostil y extraña y las chachas no quieren ya nada con soldados.
Queda el pobre consuelo de andar de cuando en cuando a aumentar la clientela de una casa de putas. Y pasar media hora de amor apresurado a esa gorda que hace rebaja a los reclutas.
Y el lunes otra vez, cómo no mi teniente tiene mucha razón, sí claro, desde luego, cuerpo a tierra, saluden, media vuelta, de frente, firmes, alto, descansen, carguen, apunten, fuego.