Aprender a reírse torvamente,
a mirar de reojo en los bautizos,
a negar el asiento a las señoras,
a orinar dibujando circulitos.
Aprender a fruncir el entrecejo,
a enfadar a las monjas y a los niños,
a poner zancadillas al guardia urbano,
a escupir sin piedad por un colmillo.
Preferir la navaja a la pistola,
el vino peleón al Jerez fino,
el infame pañuelo a la corbata,
una Venus de Murcia a la de Milo.
Aprender a cortarse la cabeza,
a vestir negro luto de domingos,
a decir palabrotas en los trenes,
a jugar al parchís con los bandidos.
Apurar los licores del fracaso,
trasladarse a vivir al barrio chino,
propagar mil rumores alarmantes,
aprender a ser malo y fugitivo.
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