Tu beso se hizo calor, luego el calor, movimiento, luego gota de sudor que se hizo vapor, luego viento que en un rincón de la rioja movió el aspa de un molino mientras se pisaba el vino que bebió tu boca roja.
Tu boca roja en la mía, la copa que gira en mi mano, y mientras el vino caía supe que de algún lejano rincón de otra galaxia, el amor que me darías, transformado, volvería un día a darte las gracias.
Cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da. Nada es más simple, no hay otra norma: Nada se pierde, todo se transforma.
El vino que pagué yo, con aquel euro italiano que había estado en un vagón antes de estar en mi mano, y antes de eso en Torino, Y antes de Torino, en Prato, donde hicieron mi zapato sobre el que caería el vino.
Zapato que en unas horas buscaré bajo tu cama con las luces de la aurora, junto a tus sandalias planas que compraste aquella vez en Salvador de Bahía, donde a otro diste el amor que hoy yo te devolvería
Cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da. Nada es más simple, no hay otra norma: Nada se pierde, todo se transforma.