Yo no sabía del amor que se arrodilla, balbuceando ruegos, manso de altiveces. Fue de ese modo, con flaquezas que aún me humillan, como en mi delirio, te llegué a querer.
Hoy que despierto frente a tu liviana pasión en mi conciencia que sintió de lleno el rigor, brota a despecho de este amor que me envilece, el grito rebelde de mi humillación.
Odio este amor, que me humilló a tus antojos, odio este amor, que me enseñó a suplicar. Ansia torpe que me arrodilló bajo el yugo de tu pretensión, odio este amor que al doblegar mi entereza, me rebajó, a mendigar tu calor.
No te reprocho si tu amor que fue inconstante, puso en mi existencia, sombras de abandono; ni tienes culpa si maldigo a cada instante, lo que fue flaqueza de mi corazón.
Mía es la culpa por haber rodado a tus pies, y es mi castigo condenar mi propia pasión, frente al reproche de mi orgullo lastimado, que no se consuela de su humillación.