Yo soy la esperanza que viene a buscarte, a darle un consuelo a tu corazón, y ver si es posible hacer que en tus ruinas florezca de nuevo alguna ilusión.
Cuando esas palabras que dijo tu boca, llegaron al fondo de mi reflexión, cayó de rodillas vencido mi orgullo y todas mis culpas, gritaron perdón.
Era un ciego, y ese torpe lazarillo, que me guiaba, se llamaba corazón. Fue por eso mi caída, el derrumbe de mi vida, y para más herejía, la inconstancia con tu amor.
Era un ciego en mi afán de los veinte años, y mis culpas se llamaban ansiedad. Ansiedad que mis amores, fueran muchas, muchas flores, y encontré sólo rigores, en lugar de mi ansiedad.
Has hecho el milagro de alzarme del fango, has vuelto a mis ojos de nuevo la luz, y, en calma mi vida, la fe se despierta en ansias tranquilas de hogar y quietud.
Llegaron a tiempo tus manos de santa, tus besos de novia, tu voz de mujer. Me siento más bueno, más hombre que nunca capaz de ser digno, capaz de un querer.