En la calleja querendona y suburbana, los pregones más humildes ponen sol en las mañanas y las muchachas, junto al carro verdulero, se estremecen al piropo del galante vocinglero. Hay un revuelo de trenzas y percales, policromía brillante de arrabal y en cada puerta pone el sol con sus raudales, un poquito más de vida y otro amor sentimental.
Tiempo del pantalón a la francesa, noches en que reinaba la ilusión, cuando el amor se volcaba en serenatas, luna de plata sobre el balcón. Tiempo. del bordonear de las guitarras, bajo los techos verdes del parral, cuando el clavel se enredaba en la guedeja, junto a la oreja de algún zorzal.
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Los viejos valses del renguito organillero que bailaba en la vereda el monito milonguero, y la caída de la tarde dibujaba un gris melancolía que en la noche se encerraba. Y eran jardines de rosas y malvones los que colgaban temblando del balcón. Mi Buenos Aires, con mi cofre de emociones en la pena del recuerdo hoy te doy mi corazón.