¡Áureo espejismo, sueño de opio, fuente de todos mis ideales! ¡Jardín que un raro kaleidoscopio borda en mi mente con sus cristales! Tus teogonías me han exaltado y amo ferviente tus glorias todas; ¡yo soy el siervo de tu Mikado! ¡Yo soy el bonzo de tus pagodas!
Por ti mi dicha renace ahora y en mi alma escéptica se derrama como los rayos de un sol de aurora sobre la nieve del Fusiyama.
Tú eres el opio que narcotiza, y al ver que aduermes todas mis penas mi sangre --roja sacerdotisa-- tus alabanzas canta en mis venas.
¡Canta! En sus causes corre y se estrella mi tumultuosa sangre de Oriente, y ése es el canto de tu epopeya, mágico Imperio del Sol Naciente. En tu arte mágico --raro edificio-- viven los monstruos, surgen las flores es el poema del Artificio en la Obertura de los colores.
¡Rían los blancos con risa vana! Que al fin contemplas indiferente desde los cielos de tu Nirvana a las Naciones de Occidente.
Distingue mi alma cuando en ti sueña --cuando sombrío y aterrador-- la inmóvil sombra de la cigüeña sobre un sepulcro de emperador.
Templos grandiosos y seculares y en su pesado silencio ignoto, Budhas que duermen en los altares entre las áureas flores de loto.
De tus princesas y tus señores pasa el cortejo dorado y rico, y en ese canto de mil colores es una estrofa cada abanico.
Se van abriendo si reverbera el sol y lanza sus tibias olas los parasoles, cual Primavera de crisantemas y de amapolas.
Amo tus ríos y tus lagunas, tus ciervos blancos y tus faisanes y el ampo triste con que tus lunas bañan la cumbre de tus volcanes.
Amo tu extraña mitología, los raros monstruos, las claras flores que hay en tus biombos de seda umbría y en el esmalte de tus tibores.
¡Japón! Tus ritos me han exaltado y amo ferviente tus glorias todas; ¡yo soy el ciervo de tu Mikado! ¡Yo soy el bonzo de tus pagodas!
Y así quisiera mi ser que te ama, mi loco espíritu que te adora, ser ese astro de viva llama que tierno besa y ardiente dora ¡la blanca nieve del Fusiyama!