Cuando, dormida tú, me echo en tu alma y escucho, con mi oído en tu pecho desnudo, tu corazón tranquilo, me parece que, en su latir hondo, sorprendo el secreto del centro del mundo. Me parece que legiones de ángeles, en caballos celestes -como cuando, en la alta noche escuchamos, sin aliento y el oído en la tierra, trotes distantes que no llegan nunca-, que legiones de ángeles, vienen por ti, de lejos -como los Reyes Magos al nacimiento eterno de nuestro amor-, vienen por ti, de lejos, a traerme, en tu ensueño, el secreto del centro del cielo.