Por encima del mar, sobre las cordilleras, a través de los valles, los bosques y los ríos, por sobre los oasis y arenales desérticos, por sobre los callados horizontes sin límites y las deshabitadas regiones de las nieves va pasando la voz, nos va llegando tristemente la voz que nos lo anuncia. José Stalin ha muerto. A través de las calles y las plazas de los grandes poblados, por los anchos caminos generales y perdidos senderos, por sobre las atónitas aldeas, asombradas campiñas, planicies solitarias, subterráneos corredores mineros, olvidadas islas y golpeados litorales desnudos va pasando la voz, nos va llegando tristemente la voz que nos lo anuncia. José Stalin ha muerto. Va cruzando las horas oscuras de la noche, la madrugada, el día, los extensos crepúsculos, todo lo austral y nórdico que comprende la tierra, y no hay razas, no hay pueblos, no hay rincones, no hay partículas mínimas del mundo en donde no penetre la voz que va llegando, la voz que tristemente nos lo anuncia. José Stalin ha muerto.