Marizápalos bajó una tarde al fresco sotillo de Vacia-Madrid, porque entonces, pisándole ella, no hubiese más Flandes que ver su país. Estampando su breve chinela, que tiene ventaja mayor que chapín, por bordarle su planta de flores el raso del campo se hizo tabí. Marizápalos era muchacha muy adorada de Pero Martín, un mozuelo sobrino del cura, que suele en el baile campar de gentil. Muchas noches pasó en sus umbrales diciendo al sereno todo su sentir y costándole muchos bodigos tener por amigo un preso mastín. Al sotillo la verde rapaza de su amartelado se dejó seguir, que, llevando su nombre en la boca, toda su alegría se le volvió anís. Al volver la cabeza Marica, fingió de repente el verle venir y fue tanto su gozo y su risa, que todo el recato se llevó tras sí. Recibióle con rostro sereno y, dándole luego su mano feliz, agradable en la palma le ofrece toda la victoria librada en jazmín. Dijo Pedro, besando la nieve que ya por su causa miró derretir: "En tus manos más valen dos blancas que todo el Ochavo de Valladolid." A la sombra de un olmo se fueron a quien mil abrazos le daba una vid, y a su ejemplo los finos amantes, más firmes que ellos, se dieron dos mil. Merendaron los dos en la mesa que puso la niña de su faldellín y Perico, mirándole verde, comió de la salsa de su perejil. Pretendiendo de su garabato hurtar las pechugas con salto sutil, respondió Marizápalos ¡zape! llevando sus voces cariños de ¡miz! Un arroyo que estaba vecino mirando la lucha de tan dulce lid, entre dientes de sus guijas blancas corrido de verlos se puso a reír. Mas oyendo ruïdo en las hojas de las herraduras de cierto rocín, el Adonis se puso en huída, temiendo los dientes de algún jabalí. Era el cura que al Soto venía y, si poco antes aportara allí, como sabe gramática el cura, pudiera cogerlos en el mal latín.