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Lola Lago. Por Amor al Arte - Capítulo 10 - Martes, 23.10.1989 | Текст песни

Martes, 23 de octubre de 1989.

A las diez de la mañana he llamado a la oficina. Antes es inútil.
–Lola Lago, detective, ¿diga?
–¿Margarita? Lo siento, no soy Tony. Soy Lola.
–Ay, Lola, ¿qué tal? –ha dicho Margarita disimulando.
Margarita disimula mal. Prefiere a su novio Tony.
–Estupendamente. ¿Está Paco por ahí?
–Sí, acaba de llegar. Ahora se pone.
–Hola, nena, ¿qué tal estáis?
–Primero, no me llamo «nena», me llamo Lola… y segundo, te recuerdo que entras a trabajar a las nueve de la mañana…
–Ya veo que estás de muy buen humor… ¿Hay novedades?
–Pocas. ¿Sabes algo del laboratorio?
–Sí. Creo que Cayetano Gaos tiene razón. La madera y la tela solo tienen ocho años.
–¿Ocho?
–Sí, ocho. Ni uno más.
–¡Bien! Cayetano tiene razón. Urpiano no existe. Ahora necesitamos más pruebas.
–Más pruebas y saber quién está detrás de Urpiano.
–Exacto. Pero Miguel y yo ya hemos empezado…
–Ah, ¿sí? ¿Qué habéis hecho?
–Muchas cosas. Sabemos dónde compra el falso Urpiano los lienzos para sus cuadros y tenemos una lista de clientes de la tienda. Ahora tenemos que estudiar las fichas y empezar a actuar.
–¿Puedo ir yo también?
–De momento, no.
–Por favor, Lola…
–Ya te llamaremos. Hasta pronto.
Luego, en mi habitación, Miguel y yo hemos empezado a mirar las fichas de los clientes de «Diseño Art». Tres horas después ya teníamos unas cuantas cosas claras.
–Solo cuatro personas son clientes desde 1978.
–Por tanto uno de ellos es el falso Urpiano…
–Suponemos.
–Voy a escribir los nombres y las direcciones para irlos a ver –ha dicho Miguel.
–A verlos o a espiarlos…
–Espiarlos es más divertido, ¿no?
–Otra cosa, Miguel. Aquí, detrás de las fichas, pone los colores que compra cada cliente…
–A ver…
–Mira, el señor Maldonado, por ejemplo, utiliza el sepia, el ocre, el bermellón… ¿Lo ves?
–Sí, sí…
–¿Tú sabes cómo se llaman los colores que utiliza Urpiano?
–No, ni idea.
–¿Y si llamamos a Cayetano?
Era la excusa perfecta para volver a oír su voz.
–¿Sí? –han dicho al otro lado del teléfono.
–¿Cayetano? Soy Lola Lago.
–Hombre, Lola, ¿qué tal?
–Muy bien. Oye, mira, estoy en Figueres, investigando, y necesito saber los colores que utiliza Urpiano.
–Pues mira, normalmente utiliza rojo, verde, claro y oscuro, azul cielo y azul marino, gris claro, gris oscuro, blanco y negro. Ah, y utiliza también un color muy especial, el «Carmín de Granza». Es un color rojo oscuro.
–Voy a escribirlo. ¿Cómo has dicho? ¿«Carmín»?
–Sí, técnicamente se llama «Carmín de Granza».
–¿De qué?
–De Granza. Ge, erre, a, ene, zeta, a.
–¿Y por qué dices que es un color muy especial?
–Bueno, es que, en el cubismo, lo utilizan muy pocos pintores.
–Una detective siempre necesita a un «experto» al lado… –he pronunciado muy bien la palabra «experto».
Le ha gustado.
–Y un experto siempre necesita a una detective.
«Pero no solo para trabajar», he pensado. Sin embargo, he dicho:
–Pronto vas a tener noticias mías. Buenas noticias.
–Magnífico.
–Hasta pronto.
–Cuídate.
Me ha gustado.
Después Miguel y yo nos hemos puesto ha mirar el fichero de «Diseño Art». Solo tres clientes utilizan el color «Carmín de Granza». Hemos escrito sus nombres y sus direcciones en un papel. Los tres viven en Rosas. Hemos cogido el coche y nos hemos ido a Rosas. Cuando hemos llegado, media hora después, muchas personas estaban en la playa tomando el sol. Hacía un día estupendo.
–¿Sabes cómo se llama este paseo? –me ha preguntado Miguel.
–A ver… Avenida de Rhodes…
–Ah, pues uno de los clientes de «Diseño Art» vive en la Avenida de Rhodes…
–Ah, ¿sí? ¿en qué número?
–En el 54.
He aparcado y hemos ido al número 54 de la Avenida. Son unos apartamentos.
–El señor se llama Fernando Quintana Moncada.
Hemos buscado su nombre en los buzones de la planta baja.
–Mira, aquí está. Quintana Moncada. Quinto segunda.
Hemos subido al quinto y hemos llamado al timbre. No ha contestado nadie.
La vida de los detectives es más complicada que en la películas.
–¿Qué hacemos?
–Pues vamos a buscar al segundo cliente…
Al salir de los apartamentos, hemos visto que delante, en la playa, había un viejecito pintando un cuadro. Hemos ido a mirarlo. Estaba pintando un paisaje de Rosas: la bahía, los barcos, el mar, la arena… Una pintura muy realista. Como una postal.
Yo he pensado: «Éste no es el falso Urpiano. El falso Urpiano es joven. Seguro.».
–Buenas –le ha dicho Miguel–. ¿Qué? ¿Pintando?
–Pues sí –ha contestado el viejecito–. ¿Les gusta?
–Muy bonito –hemos dicho a la vez.
–¿Usted siempre pinta paisajes? –le he preguntado.
–Sí, siempre.
–Es que Miguel, este chico, pinta cuadros surrealistas…
–Huy, qué horror… –ha dicho el viejecito–. A mí esos pintores tan modernos no me gustan nada…
–Sí, pues a mí Dalí y los cubistas me encantan –ha dicho Miguel.
–Yo hace casi quince años que vivo aquí y nunca he ido al Museo Dalí de Figueres… Nunca…
O era el mejor actor del mundo o él no era el falso Urpiano.
–Bueno –he dicho–, nosotros nos vamos. Hasta pronto.
–Adiós, hasta otro día, jovencitos28. Yo paso todas las mañanas aquí. Vivo aquí delante, en el quinto segunda.
Nosotros ya lo sabíamos. Hemos vuelto al coche. Miguel ha dicho:
–El segundo cliente de «Diseño Art» se llama Eduardo Arco Iris y vive en la Urbanización Solymar, calle del Rosal, nº 15. ¿Sabes dónde está?
–Ni idea. Espera un momento. Voy a preguntárselo a un guardia.
En la Plaza del Ayuntamiento un guardia me lo ha explicado todo. Luego, he vuelto al coche.
–Ya está –le he dicho a Miguel al volver al coche–. Hay que seguir recto hasta el final del paseo. Luego tenemos que girar a la izquierda y subir por esa montaña. Hay un cartel que pone «Solymar».
Diez minutos después estábamos en la calle del Rosal, nº. 15, una casita muy pequeña con jardín. Hemos llamado al timbre. Un hombre de unos treinta y cinco años, bastante guapo, ha abierto la puerta.
–¿Sí?
–¿Es usted Eduardo Arco Iris? –le he preguntado.
–Sí, soy yo.
He empezado a mentir. Los detectives mentimos siempre.
–Somos representantes de la casa «Colours»… Estamos haciendo una encuesta entre nuestros clientes…
–Yo nunca contesto a las encuestas –ha dicho Eduardo.
–Pero –he dicho yo con mi mejor sonrisa–, ésta es una encuesta muy especial.
–Ah, ¿sí? ¿Por qué?
–Porque si contesta, puede ganar un viaje al Museo de Arte Moderno de Nueva York y un millón de pesetas en pinturas.
–No está mal.
Eduardo nos ha dejado pasar. Miguel estaba muy orgulloso de mí. Yo también.
La casa estaba llena de cuadros pintados y a medio pintar. Había cuadros por todas partes: en el salón, en el dormitorio, en el pasillo y en la cocina… En el lavabo no sé…
–Pinta usted unos cuadros muy bonitos, preciosos –le he dicho–. ¿Puedo verlos tranquilamente?
Los artistas agradecen eso.
–Claro, por supuesto.
Miguel se ha quedado con él haciéndole preguntas sobre sus colores preferidos y yo he paseado por toda la casa. Había más de doscientos cuadros. Todos horribles. Al volver al salón le he preguntado:
–¿Y usted se dedica solo a la pintura?
–No, qué va. Yo soy profesor en un instituto 29 de Figueres. Trabajo por las tardes. Y por las mañanas me dedico a pintar.
–Ah, muy bien. Bueno, pues muchísimas gracias. Ah, y si gana el viaje, lo llamamos por teléfono, ¿de acuerdo?
–Muy bien.
Y nos hemos ido.
–¿Qué te parece?
–Que no es Urpiano.
–¿Por qué estás tan segura?
–Mira, en la casa hay más de doscientos cuadros. Los cuadros no se parecen en nada a los de Urpiano. Además en esta casa no hay sitio para esconder ni un solo cuadro más.
–Es verdad.
¡Ay! ¿Qué harían mis socios sin mí?
–Bueno –ha dicho Miguel–, ahora tenemos la tercera y última oportunidad. Si el próximo cliente de «Diseño Art» no es el falso Urpiano significa que nos hemos equivocado…
–¿Cómo se llama éste?
–Ésta. Es una mujer. Se llama Ángela Hernández Ramón y vive en la calle de las Camelias, 10…
La calle de las Camelias estaba muy cerca de la calle del Rosal. Enseguida hemos llegado a un bungalow muy pequeño con un jardincito lleno de flores y plantas.
–Ya sabemos una cosa de Ángela Hernández… –ha dicho Miguel.
Esta vez me ha sorprendido.
–¿Sí? ¿Cuál?
–Que le encantan las flores.
Era evidente.
Hemos llamado al timbre pero no ha contestado nadie. Hemos decidido ir a comer y volver por la tarde.
Hemos comido una paella buenísima en un restaurante al lado del mar. Después del café hemos vuelto a casa de Ángela Hernández. Tampoco estaba.
A las siete de la tarde ha empezado a hacer fresco. Miguel y yo nos hemos meti

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