Era una historia de amor como cualquiera. Nadie me puede decir que no ha pasado que una muchacha de aquí se haya fugado con un muchacho de allá, del otro lado.
Ella era un “clis de sol”, y él guardafronteras. Hijos del río San Juan, Romeo y Julieta. En un silencio del viento, acorralado, zarpó el amor en un bote, contra marea.
“¿Adónde estabas perdida, sueño del alba, espuma de los remansos donde crecí? ¿Adónde estabas durmiendo, lirio del agua? Nací solo para verte... Nací solo para verte llegar a mí.”
Era una historia de amor, una leyenda, con versos que él cada tarde le cantaba, como si el ancho San Juan no fuera un río sino el foso de un castillo de hojas de palma.
Pero al final de la historia no hubo teatro, no hubo veneno, ni flores, no hubo aplausos, solo una barca volcada entre las niebla y una canción de papel casi borrada.
“¿Adónde estabas perdida, sueño del alba, espuma de los remansos donde crecí? ¿Adónde estabas durmiendo, lirio del agua? Nací solo para verte... Nací solo para verte llegar a mí.”