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María Rosa Gallo, Carlos Estrada - LP2-A2 La vaca muerta, Poemas de la almohada | Текст песни

LA VACA MUERTA - Baldomero Fernández Moreno

Lentamente venia la vaca rosilla
Por el campo verde, tembloroso de agua.
Lentamente venía, los ojos muy tristes,
La cabeza baja,
Y colgando el morro brillante
Un hilo de baba.
-¡Hazla correr hombre!-
La mujer gritaba
A un viejo, el marido.
-¡Si viene empastada!
Y el viejo, azorado,
Los brazos subía y bajaba,
Y la vaca corrió como pudo.
Los ojos más tristes, la cabeza baja.
Junto a un alambrado.
Salpicando el agua,
Cayó muerta la vaca rosilla.
El viejo y la vieja lloraban.
Y vino un vecino
Con una cuchilla afilada,
Y en el vientre redondo y sonoro
Dio una puñalada.
Un poco de espuma,
De un verde clarito de alfalfa,
Surgió por la herida, y el docto vecino,
Después de profunda mirada,
Acabó sentencioso:
-La carne está buena,
Hay que aprovecharla.
Los cielos estaban color ceniza,
El viejo y la vieja lloraban.

Baldomero Fernández Moreno (1886-1950) fue el cantor de lo cotidiano en los campos, pueblos y ciudades del litoral argentino. En la siguiente poesía de ritmo irregular describe con hondo sentimiento un episodio aparentamente banal; la muerte de una vaca y el dolor de una vieja pareja de campesinos ante el cadáver del animal, frente a la indiferencia de un vecino.

POEMAS DE LA ALMOHADA

Creo a veces que estás a mi lado tendida,
sobre mi brazo izquierdo la cabeza dormida.
Realidad me parece mi amorosa locura,
me sonrío a mí mismo con inmensa dulzura
y silenciosamente para no despertarte
me inclino hacia tu rostro quieto para besarte
pero mis labios juntos se pierden en la nada
y mi beso se hiela sobre la fría almohada,
tal como un pajarito que en una noche eleve
al abatir su vuelo se cayera en la nieve.
Pesada la cabeza de sueño y de lectura,
y el corazón henchido de infinita ternura,
cierro el libro que leo, mato la rubia llama,
subo el mar del embozo y me abrigo en la cama.
Y, la ardiente mejilla sobre la fresca almohada,
digo tu claro nombre, casi sin hacer ruido:
Creo que está a mi lado tu orejita rosada
y el túnel de juguete de tu oído.
Esta noche hay tormenta pero aun late lejana,
el relámpago pinta de verde mi persiana,
entra un aire cargado de humedad y de rosas,
en las sombras se tuercen mis manos voluptuosas
y una fiebre dulcísima cosquillea mi pecho:
estoy como una cruz de carne sobre el lecho.
Ha empezado a caer la lluvia lentamente.
Pero mi almohada tiene un hueco solamente.
Redondos de vigilia tengo abiertos los ojos,
los brazos como remos, los dedos casi flojos.
Hay un montón de ropa negra sobre una silla
y la luz de una vela da su coma amarilla.
He aquí que una lágrima ha caído en la almohada
y ha sonado en la funda de hilo almidonada.
Si lloro alguna noche, cuando estés a mi lado,
a la aurora tendrás el cabello mojado.
No me puedo dormir de soledad y tristeza,
yo pondría en tu hombro la cansada cabeza,
y lloraría un poco, y lloraría apenas...
Pero hay una distancia de juncos y de arenas.
Y tú estarás dormida, con tu tierra y tu cielo,
rodeada de la noche cerrada de tu pelo.
Dentro de un par de horas, o más, cuando me acueste,
el zafiro nocturno será una flor celeste,
yo una red de rocío, y una cinta de grana:
ya perdida la noche, perderé la mañana.
Sobre mi techo aun varias estrellas quedan.
Dime si te despiertan las lágrimas que ruedan.
La noche para mí es fantasmagoría,
más excitante que la misma poesía.
En el postigo albar hay una luz rosada,
primero fue violeta, luego será dorada.
¡Cómo cantan los gallos! se ve que están contentos.
No cantarían con mis pensamientos.
Siempre a la madrugada hace un poco de frío,
estrecharé a estas horas tu cuerpo con el mío.
Ahora cruza los campos un gran carro sonoro.
El día entra en mi cuarto como un labriego de oro.

Baldomero Fernández Moreno


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