Cuántas veces he querido poner fin a mi tragedia, cuántas veces he sentido tentaciones de matar. Pa’ apartarme de esta vida, que es tan sólo una comedia, donde soy un personaje destinado a fracasar. Muchas veces, afiebrado, en mis horas de amargura tanteé el alma, busqué el pecho, pa’ curarme de una vez. Pero el roce de una mano, cariñosa y bienhechora, vino a detener mi brazo y acariciarme después.
Que nunca me falte su tierna caricia, mi vida precisa sentir su calor. Que nunca me falte la luz de esos ojos que aclaran mis noches de cruento dolor. Que nunca me falte tu voz de consuelo, ¡oh madre querida!, tú alivias mi mal. Porque te lo juro, si llega ese día, no habrá quien detenga mi fiero puñal. también con tus alas quisiera volar.
Noble cabecita blanca como pedazo de luna, que iluminas mis tinieblas y apaciguas mi rencor, no sabés cómo te quiero, vos sos toda mi fortuna y mis horas son felices bajo el manto de tu amor. De tu vida, madre mía, otras dos están pendientes porque el día que te pierda a esa ingrata buscaré, y el dolor que te han causado, tantas lágrimas hirientes con la cuenta de su infamia sin piedad me cobraré.