Marizápalos era muchacha,
enamoradita de Pedro Martín,
por sobrina del cura estimada,
la gala del pueblo, la flor del abril.
Marizápalos salió una tarde
al verde sotillo que va hacia Madrid
a coger con sus manos las flores,
teniendo más ella que mayo y abril.
Estampando la breve chinela,
que tiene ventaja de mayor chapín,
por bordarle sus plantas de flores,
el lazo del campo se volvió tabí.
Merendaron los dos a la mesa
que puso Marieta de su faldellín
y Perico, mirando a lo verde,
comió con la salsa de su perejil.
Pretendiendo de su garabato
quitarle la carne con garfio sutil,
Marizápalos le dijo: ¡zape!
quedando en su aliento cariño de miz.
Cuando oyeron allá entre la ramas
las herradurillas de un fuerte rocín,
el Adonis se puso en huida
temiendo los dientes de algún jabalí.
Y era el cura, que al soto venía,
que si un poco antes acierta a venir,
como sabe gramática el cura,
podía cogerlos en un mal latín.
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