Tenía los pies diminutos, y, unos, ojos, color verde marihuana, a los catorce fue reina del instituto, el curso que repetí, las del octavo derecha dijeron: “otra que sale rana”, cuando, en “Crónicas Marceianas”, la vieron haciendo streap-tease. En sus quimeras de porcelanosa conquistaba a Al Pacino, los de “el Rayo”… no éramos gran cosa para su merced, si, la chiquita de Mariquita Pérez, tuviera un buen padrino, los productores, que saben de mujeres, le darían un papel. Pezón de fresa, lengua de caramelo, corazón de bromuro, supervedette, puta de lujo, modelo, estrella de culebrón, había futuro, en las pupilas hambrientas de los hombres maduros, enamorarse, un poco más de la cuenta, era una mala inversión. Debutó de fulana de tal en un vil melodrama, con sus veinte minutos de fama retiró a su mamá, el guión le exigía, cada vez, más escenas de cama, todavía, por Vallecas, la llaman: Barbi Superestar. La noche antes de la noche de bodas arrojó la toalla, el novio, con un frac pasado de moda, enviudó ante el altar, mientras, Barbi, levitaba, en la Harley de un chulo de playa, que, entre el Tarot, Corto Maltés y Bob Marley, le propuso abortar. Al infierno se va por atajos, jeringas, recetas. Ayer, hecho un pingajo, me dijo, en el “tigre” de un bar: “¿Dónde está la canción, que, me hiciste, cuando eras poeta?” “Terminaba tan triste que nunca la pude empezar”. Por esos labios, que sabian a puchero de pensiones inmundas, habría matado yo, que, cuando muero, ya nunca es por amor. Se masticaba, en los billares, que, el Rayo, había bajado a segunda, por la M-30, derrapaba el caballo de la desilusión. Debutó de fulana de tal en un vil melodrama, con sus veinte minutos de fama retiró a su mamá, el guión le exigía, cada vez, más escenas de cama, por Vallecas, ya nadie la llama: Barbi Superestar.