El madrejón desnudo ya sin una sé de agua y la luna atorrando por el frío del alba y el campo muerto de hambre, pobre como una araña.
El coche se hamacaba rezongando la altura: un galerón enfático, enorme, funerario. Cuatro tapaos con pinta de muerte en la negrura tironeaban seis miedos y un valor desvelado.
Junto a los postillones jineteaba un moreno. Ir en coche a la muerte ¡qué cosa más oronda! El General Quiroga quiso entrar en la sombra llevando seis o siete degollados de escolta.
Esa cordobesada bochinchera y ladina (meditaba Quiroga) ¿qué ha de poder con mi alma? Aquí estoy afianzado y metido en la vida como la estaca pampa bien metida en la pampa.
Yo, que he sobrevivido a millares de tardes y cuyo nombre pone retemblor en las lanzas, no he soltar la vida por estos pedregales. ¿Muere acaso el pampero; se mueren las espadas?
Pero al brillar el día sobre Barranca Yaco sables a filo y punta menudearon sobre él: muerte de mala muerte· se lo llevó al riojano y una de puñaladas lo mentó a Juan Manuel.
Ya muerto, ya de pie, ya inmortal, ya fantasma, se presentó al infierno que Dios le había inarcado, y a sus órdenes iban, rotas y desangradas, las ánimas en pena de hombres y de caballos.