He pasado toda la noche pensando en Ángela Hernández. Es agradable y parece muy inteligente, pero hay algo raro… No sé. Después de desayunar he revisado los ficheros de «Diseño Art». –Miguel –he dicho un rato después–, esta tarde vamos a volver a casa de Ángela Hernández. –¿Qué has descubierto? Así me gusta. Miguel sabe que he descubierto algo. –Estoy mirando la ficha de Ángela Hernández en «Diseño Art». Este año ha comprado más de trescientos tubos de pintura y el año pasado compró solo ciento setenta y cinco… Este año ha comprado sesenta lienzos y el año pasado, cuarenta y cinco… –Pero ella dice que ahora no tiene tiempo para pintar… –Ése es el problema. ¿Por qué compra más pintura y más lienzos este año? ¿Por qué si no tiene tiempo para pintar? –¿Crees que nos ha mentido? –Tal vez sí o tal vez no. Otra vez mi intuición. Creo que no ha mentido, que, de verdad, ella no tiene tiempo para pintar, pero… A las siete de la tarde estábamos otra vez delante de la casa de Ángela Hernández. Ha llegado a las ocho en punto con unas bolsas de un supermercado. Yo he ido corriendo a la ventana de la cocina. Ángela ha puesto unas cosas en la nevera. Después se ha ido a duchar. Un rato después ha salido de su dormitorio con un traje precioso. Estaba muy guapa. Ha ido a la cocina y ha cogido salmón ahumado, caviar, tostadas, mantequilla y champán y lo ha metido en una bolsa de plástico. «Va a ver a un hombre», he pensado. Ángela ha salido de la casa y ha cogido el coche. Miguel y yo la hemos seguido. Primero ha ido por una carretera secundaria, luego ha girado a la izquierda y ha cogido una carretera muy estrecha llena de curvas y, de repente, ha desaparecido. Miguel y yo no entendíamos nada. No había ningún cruce. La carretera seguía, pero Ángela Hernández y su coche habían desaparecido. Hemos bajado del coche. Andando, hemos descubierto un pequeño camino a la izquierda. Hemos subido al coche otra vez y nos hemos metido por el camino. Unos kilómetros después hemos visto unas luces. –Para el coche –me ha dicho Miguel. Hemos bajado y nos hemos metido entre los árboles. Delante había una casa magnífica, una masía32 enorme. «Ah, o sea que tiene un novio millonario…», he pensado. Y entonces se me ha encendido una luz. –Miguel, tenemos que entrar en esa casa como sea… –¿Ahora? –Sí. –Pero, ¿por qué? Le he contestado de una manera un poco especial: –Paco y tú no sabéis la suerte que tenéis con una jefa como yo... Lógicamente no ha entendido nada. La casa está rodeada por un jardín enorme con piscina y pista de tenis. Nos hemos acercado a una de las ventanas. Dentro estaba Ángela Hernández con un chico de unos treinta años, alto, moreno y con barba. Guapísimo. Estaban cenando el salmón y el caviar y tomaban champán. «Lo sabía», he pensado. En voz baja le he dicho a Miguel. –Miguel, ése es Urpiano. Bueno, el falso Urpiano. –¿Y tú cómo lo sabes? –me ha dicho muy sorprendido. –Soy la mejor detective de España, nene. –¡Bah! –Tenemos que entrar en la casa y encontrar el lugar dónde «Urpiano» pinta sus cuadros… –Voy un momento al coche a buscar la cámara de fotografiar. –Perfecto. Yo he preparado mi llave maestra. Puedo entrar en cualquier casa. Hemos entrado por una puerta que está al lado de la cocina. Por dentro la casa era una auténtica maravilla. Una casa de millonarios: cuadros de pintores famosos, esculturas de Chillida33, muebles antiguos, alfombras persas… –Me parece que tienes razón –ha dicho Miguel. Ángela y el falso Urpiano seguían en el salón. Bueno, en uno de los salones. Miguel y yo hemos subido al piso de arriba: dormitorios enormes, cuartos de baño, pasillos, terrazas… Todo lleno de objetos de arte, flores y plantas… Al final del pasillo hemos entrado en una habitación muy grande llena de libros. Parecía una biblioteca pública. –Lola, aquí ya no hay más habitaciones… –¿Y dónde puede estar el estudio de Urpiano? –Pero… –ha dicho Miguel en voz baja– , a lo mejor te has equivocado y este hombre no es el falso Urpiano… –Sé que no me estoy equivocando… A ver, en este estudio no hay ninguna puerta más, ¿verdad? –No. –Pues, entonces, es como en las películas… –¿Como en las películas? O sea, que hay que buscar una puerta escondida… –Exacto, Miguelito, exacto. Hemos empezado a buscar. En una pared no había libros, solo cuadros. He empezado por ahí. Nada. De repente Miguel me ha dicho: –¡Mira, Lola! La estantería se estaba moviendo. Detrás había una habitación más grande todavía llena de cuadros. ¡De cuadros de Urpiano! –¿Ves cómo yo tenía razón? Las mujeres somos así. –Magnífico, Lola… Hemos hecho todas las fotos posibles de los cuadros que está pintando. Después hemos cerrado la puerta, la falsa puerta, y hemos salido de la biblioteca. Cuando estábamos a mitad de pasillo hemos oído: –¡Qué ganas tenía de estar contigo! Era Ángela. –Vendemos unos cuantos más y a vivir para siempre… –le ha dicho él. Miguel y yo nos hemos metido en un dormitorio. Ellos han pasado al lado de nuestra puerta, pero han entrado en otro. Menos mal. Unos minutos después hemos salido de la habitación y nos hemos ido. –Mañana tenemos que volver –le he dicho a Miguel–. Tenemos que conseguir todas las pruebas posibles: fotos de la casa, fotos de él… En fin, todo lo que podamos conseguir. –De acuerdo. –¡Qué sueño tengo! ¿Conduces tú, Miguelito? –Claro que sí. Y hemos vuelto a nuestro hotel de Figueres. Mañana por la mañana seguimos.