Voy a sangrarte a hasta que no quede nada de ti, a romper tu corona. Siento el vértigo clavarse en el diafragma: tu recuerdo es cal viva. Y ahora, voy a lamer mi cicatriz en lo mas íntimo del dolor. Brazos mellados para hacerme comprender que el cementerio no pasa por aquí.
Y cuando las bestias acaricien mi sexo, me arrancaré las amapolas hasta encontrarme el pulso. Que nazca el fuego bajo la sangre seca, prendiendo mi cuerpo y quebrando el magnetismo.
Voy a dibujar con tinta carmesí una gran cruz en tu rostro, voy a hacer de esta oración mi pequeña catedral, un refugio contra el frío del invierno. Ya estoy cansado de arañarme el pecho buscando, entre el flujo denso y oscuro, la materia osea de este dolor, la materia osea del recuerdo.
Lejos, donde el mar se hace agujas y el cielo se incendia, dejaré vivir los esqueletos – dejaré que me devoren – No somos fuego, no somos carne, no somos sal. Es el dolor de incinerarme en cada línea, entregarme a las ascuas, entregarme al fuego hasta reconstruir este cuerpo de ceniza. Hasta encontrar la manera de levantarme como un lobo abatido.